EL HUMO CÒSMICO DEL LOCO MARIO (Leyenda Esquelense)
En las tardes de verano, cuando el sol se calza el pijama, los abuelos y abuelas en los barrios Ceferino y Estación de Esquel, suelen juntarse con sus nietos y caminar hasta las esquinas menos concurridas. Se sientan orientados hacia el oeste, observando el ocaso.
Cuando las primeras pálidas estrellas asoman el cogote a los lejos de lo lejos, cuentan a sus nietos que cierta vez, cuando Esquel mantenía el misterio de los pueblos, existía un hombre. El Loco Mario, le decían los chicos que se burlaban de el, como asi también las señoras de tapado de piel por fuera y por dentro que cerraban las persianas a su paso.
Todas las tardes, en silencio, en la hora que establece la frontera entre el día y la noche, El Loco Mario caminaba las veredas de la calle principal del Pueblo en dirección del Cerro La Cruz. Trepaba con la agilidad de un gato rengo las rocas y se sentaba en una de ellas a fumar un cigarro grande, desprolijo, sucio. Sòlo miraba - como si esa acción no fuera por si misma la vida - y fumaba.
El humo espeso danzaba en derredor del Loco Mario, lo abrazaba suavemente y ascendía en dispersos movimientos hasta confundirse con el cielo de luz breve. Cuando el cigarro morìa, causalmente o tal vez casualmente, la noche cobraba su señoría y se erguía dueña de sus súbditos.
Entre el humo y la noche, todas las tardes, El Loco Mario desaparecía para retomar el día posterior su peregrinación circular y rutinaria.
El progreso, la adrenalina de estos tiempos conspiran contra las leyendas y los mitos, como así también contra la observación y la magia. Pero estos abuelos y abuelas del Barrio Ceferino y Estación aun mantienen una secreta tradición; enseñarles a sus nietos a observar las rocas del Cerro La Cruz con prudencia zen.
Los niños más poetas y osados logran distinguir de tanto en tanto, entre las piedras, la silueta de un hombre que se confunde con el color del suelo, la noche y un humo casi impenetrable.
La tradición oral de esta leyenda en Esquel, sólo reservada para los poetas y alquimistas guarda en su interior el secreto que, en rigor de verdad, día tras día, tarde tras tarde, ocaso tras ocaso, El Loco Mario era el Duende encargado de la difícil tarea de crear con el humo de su cigarro la noche cósmica.
Cuando la magia vuelva a ser el lenguaje de las calles y los vecinos, todas las tardes volveremos a ver al Loco Mario caminando hacia el Cerro La cruz para reiniciar su labor universal.
Calaverita Mateos
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