Morocha, dice su documento nacional de hermosidad,
caza piropos al vuelo de profesión,
sus ojos felinos que parecen sospechar a distancia
fueron la mejor carnada en aquella noche de entrevero,
para los colmillos de mis galgos del torneo de ascenso.
Propietaria de un culo que encandila espejos retrovisores
y unos labios que te enguachan cinco picaflores al vuelo
enlazó las patas de mi soledad sin despeinarse
mientras me decía, no acostumbro a colgar mi bombachita
en las canillas de las duchas que recién me salpican
y en menos que canta un elefante arriba de un gallo
me chantó uno de esos besos que dicen chau, pero no tanto,
dejándome abrazado a la almohada de mis caprichos de varón,
sigo escribiendo renglones de dudosa eficacia
que señalan hacia las piernas de aquella Morocha
y esa cadera que tiró anclas en la retina de mi calentura.
Calaverita Mateos
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