La respuesta depende del marco de comprensión del mundo que tenga cada uno. Si uno es religioso, cree (o trata de creer y de autoconvencerse) que al morir la vida personal no termina, sino que cambia. Nuestro estado muta y sobrevive lo más importante, lo que las personas creyentes gustan llamar alma o espíritu. Si uno es ateo, como es mi caso (soy tan ateo que el problema de la existencia de dios nunca tuvo sentido para mí), sabe que tras la muerte no hay nada. El creyente dice que es su alma, no su cuerpo. El ateo dice que se llama alma a algunas cualidades del cuerpo.
Llegado a este punto, el diálogo clásico entre un creyente y un ateo suele ser así:
Creyente: ¿entonces no hay nada más, es sólo esto la vida? ¿Todo esto que vivimos desaparece y no queda nada, todo esto es para nada?
A lo que el ateo debe responder:
Ateo: ¿Te parece poco? ¿Querías más? ¿No te basta lo que hay, sentís que merecés alguna otra cosa, que sos tan importante y fundamental que es una lástima que se pierda alguien así?
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